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Gris

Era blanca la mañana, o gris.
Mi paleta de colores mental no está del todo cuerda. O tal vez soy yo.
Cruzaba el puente cuando creía que el mundo terminaba en ese recorrido. En ese mezclado de cielo con río.
En ese costado de amor con frío.
Fueron entonces las luces (de un sol que no llegaba a vislumbrar) las que me hicieron caer en cuenta que nada es único, nada es propio en sí. Nada pertenecía a su cuerpo, nada pertenecía a su forma, a su masa, a su historia. Nada bebía de la certeza ni de la gloriosa verdad.
Todo era un punto intermedio, o un sin punto. Todo yacía en un casi ser, o un llegar a ser.
Todo carecía de Dios, o lo tenía a montones. Todo carecía de sonido y de gusto.
El mismo río, el mismo cielo. En la mitad del puente, la mitad de todo. O la mitad de la nada. No había reflejo, no había 8 AM, no había pasado, no había lluvia.
No había culpa ni húmedas angustias.
Recordé una frase. La intermitencia domina. La ausencia ilumina. La carencia vigila.
La inocencia del arte. La inocencia del soldado herido, en la ciudad del plomo y del hollín.
Dejé pasos desperdigados en todos los jardines.
Dejé arrasadas a las flores del invierno. Dejé un millón de huellas de cuero en las calles rociadas por el amanecer.
Sonaba Camelo en mis oídos. Ya no dolía tanto.
A la mañana cuesta encontrarme y, aunque una distorsión  me rescate,
la ausencia ilumina.

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